martes, 6 de julio de 2010

DEL CEMENTO DE LA PLAZOLETA AL JARDÍN DE LAS DELICIAS


La vida corre a la par de la velocidad de la luz. Y en el momento en el que encuentras un instante para reflexionar te sientes un enanillo ante el mundanal que nos rodea, o un nomo de los que se conoce Paco del jardín de mi casa. El jardín del que hablaremos podría ser ese, motivos ahí para ello. Podríamos preguntar a Paco y Dani sus historias al cuidado o al descuidado del césped cuando me fui al pueblo. De fiestas con Diana, Sonia, Nerea y compañía. O historias made in Atlético en agosto, de esas en las que lo fácil se hace difícil con Agüero o Forlán, mujeres disfrazadas en futbolistas. Y por supuesto, las que están por venir porque como dice nuestro Melendi, a las andadas volveré.

Pero no, el césped del que hablaré es el jardín de las delicias en el que se encuentra instalado La Selección. Ahora está engalanada de una alfombra roja donde unos pequeños jugones se enfundan La Roja para infundar respeto en cada rincón del mundo. Están en la cúspide del fútbol y van muy en serio a por el cetro mundial. Son un orgullo para todos los españoles. Ellos no dan soluciones a la crisis, pero sí alegrías.

Sin embargo, no hace mucho tiempo, Los Plazoleta no gozabamos con la Selección española. No era el regocijo idóneo para unos renacuajos que preferían otros gustos futbolísticos como el Madrid de Savio, Seedorf y Morientes, el Deportivo de Bebeto o el Barcelona de Rivaldo y los holandeses Kluivert, De Boer. No poseíamos un grito de guerra como el Podemos. El entusiasmo por nuestro combinado nacional era casi nulo. El varapalo era un ritual. La liturgia de caer eliminados en cuartos una tradición. Aquel egipcio de cuyo nombre no me quiero acordar hizo añicos a cada una de nuestras esperanzas depositadas en Raúl, Casillas y en el sudor que desprendían las axilas de Camacho. Era el cuento redundante con el título de: sangre, sudor y lágrimas. Y es que era para echarse a llorar. Las perspectivas de futuro eran pésimas. La historia siempre se repetía. Para más señas, Los Plazoleta tenemos guardado en la memoria a jugadores como Ivan Campo o Raúl Bravo vistiendo la Roja. No había ningún osado que se eligiera ni en la Sega primero, ni en la Play Station después, a España. ¿Brasil con Rivaldo, Ronaldo, Francia con Henry, Zidane o España con Raúl Bravo? El complejo de inferioridad era evidente.

No nos engañemos, el jardin de las delicias, ha venido justo después de la generación de Los Plazoleta. Éramos los más pillos, los más listillos, pero al final siempre nos tomaban el pelo. Como a Paco o a Diego cuando llegaban vestidos del Liceo o del Bahía y con sus canicas como fuente de robo o al Lele con la estampita de Figo retocada con la Redondo. Necesitábamos pulir errores y refinarnos. Siendo Lazarillos nos comeríamos muy poco fuera de nuestro territorio. Al fútbol de la calle le urgía un aliño estructural en la formación de los futbolistas. Los partidos de remontadas épicas en nuestro rectángulo favorito, los torneos veraniegos que siempre terminaban en trifulca, eran lo máximo. Lo habíamos heredado de antaño. Las limis o los triangulares tenían el rifi rafe como punto final. La jerarquía era la jerarquía. Los pequeños por otra parte, intentaban robarnos el balón como podían. Eran partidos para machos y hombres dispuestos a dejarse la piel. Al final los más pequeños como Gabo y José Luis aprendieron a parar a base de pelotazos, Samir aprendió a no meterse goles de cabeza en propia, Pablito o Jesusín a regatear, Sergi a centrar o el Lele a defender. Ellos tenían que dar lo mejor de sí por mera supervivencia. No triunfarán pero seguro que si hoy jugáramos un partido nos darían un baño. Porque saben tocarla y moverla. A fin de cuentas, juegan de memoria. Como lo hace España. No obstante, nuestros pequeños jugones Xavi, Iniesta, Villa poseen en el ADN el ribosoma del instinto debido a las tardes que como nosotros se llevaron desde las cuatro hasta la hora que fuera posible.

En el jardín de las delicias los Raúl Bravos se transformaron en pequeños Mosqueteros que conocen los entresijos del fútbol funcional pero que no olvidan la máxima de sus patriarcas del cemento de La Plazoleta: "Uno para todos y todos para uno". Esa es la seña que nos ha llevado al éxito. Por fin estamos en semifinales. Venceremos a Alemania. Y estaremos en la Final. Y la ganaremos ante la Holanda que tanto le gustaba a Dani por Davids. Seremos Campeones del Mundo y Los Plazoleta estaremos para contarlo. Es nuestra particular limi en cemento, mejor dicho alemana, pero esta vez será en el Jardín de las delicias de Sudáfrica con sus respectivas vuvuzelas. ¡Podemos!

1 comentario:

Anónimo dijo...

La pollísima. Muy bueno crack.